Revista Comarcal

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EDITORIAL 13

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El verano es época favorable, nada que ver con las ventiscas de febrero ni el metro y pico del pasado marzo. Breve lapso de tiempo donde la fiesta de pueblo o de prao alternan con vermús largos y veladas demasiado cargadas de bifitertónica para el que tiene que segar y empacar, amanecer en el puerto o dar desayunos con buena cara a veinte guiris con el mismo horario que las gallinas.Aveces parece que no están hechas estas fechas para los de los pies planos, “los de plantilla”, los que andan, o andamos, todo el verano a pijo sacao y que no queremos perdernos estos acontecimientos aunque tiremos de la propia pelleja, no sea que más alante no haya manera de espalar delante del coche.

Los santos y patronos de invierno se pasan para el verano, las fiestas ya no son tal día de tal mes, sino el segundo, tercer (o lo que sea) fin de semana de julio o agosto, no vaya a ser que no haya concurrencia bastante. Se cambian de fecha festividades tradicionales por que coinciden con otras de más afluencia en pueblos cercanos que pillaron cacho antes y merman la parroquia. Ya no hay éxito de acontecimientos si no está presidido por un lleno total y buena caja que, además, ayuda a olvidar si el pueblo ha cerrado la escuela, tal bar ha tenido que cerrar durante el invierno, nadie quiere hacerse cargo de la junta vecinal o no hay manera de jugar al mus porque no hay en el pueblo cuatro que sepan.

Bien pensado, parece que los que nos quedamos por aquí cuando llega la nieve, hacemos lo mismo que los osos: tirar como se pueda durante el verano y limitarnos a hibernar durante el duro invierno mientras esperamos nuestra propia extinción.

Santiago, Santa Marina, San Roque o Nuestra Señora estarán contentos, pero San Vicente y Santa Eulalia, entre otros, deben tener un mosqueo del catorce. Mientras se les pasa, procuraremos estar a todas mientras el cuerpo aguante y haya con quien ir.